IDENTIDAD CORPORATIVA
La
identidad visual son todos los signos y elementos por los que se consigue una
identificación visual única y universal de una marca. Esto abarca desde el
diseño industrial, arquitectónico o ambiental al diseño gráfico. Y desde
el logotipo, tarjetas comerciales, vallas publicitarias, emblemas, diseño de
vehículos, merchandising, diseño de los puntos de venta, hasta el
vestuario de los trabajadores. Todo comunica y todo ayuda a crear una identidad
visual coherente de la empresa.
El
desarrollo de los mercados que condujera a su saturación y, por lo tanto, a un
incremento de la agresividad concurrencial, ha ido creando la necesidad
creciente de obtener el reconocimiento de las empresas y su valoración pública
favorable. Y ello ha obligado a desarrollar nuevas áreas de gestión
comunicacional.
Se
ha vuelto insuficiente la acción publicitaria o las relaciones públicas
tradicionales y se produce así una expansión de la gestión de los intangibles:
la imagen comienza a ser gestionada especializadamente, y desde los
lineamientos de un programa de posicionamiento estratégico. La gráfica, la
arquitectura, el interiorismo, el equipamiento, adquieren carácter de
corporativos y se insertan en proyectos globales que garanticen su coherencia y
sinergia.
A
su vez, el mismo programa de posicionamiento estratégico gobernará las
actuaciones no-de-diseño: relaciones públicas, patrocinio y mecenazgo,
responsabilidad corporativa, etcétera.
Las
empresas, al menos las punteras, han avanzado hacia una integración de la
totalidad de sus actuaciones de imagen y comunicación bajo un mando estratégico
único. Ello plantea un desafío duro: superar la dispersión de la gestión y
alinear todas las áreas departamentales con responsabilidades comunicacionales,
lo que exige algún grado de centralización y control desde los niveles de
conducción estratégica.
La
principal consecuencia de esta articulación de la comunicación con una
estrategia de posicionamiento es la drástica reducción de su aleatoriedad. El
ajuste del discurso en todos sus medios al mandato del branding le resta toda
autonomía. La creatividad deja de ser un instrumento suficiente para el éxito:
debe disciplinarse a un programa semántico y retórico dictado “desde arriba”. Y
ello incide en una demanda de recursos profesionales cada vez más sofisticados,
capaces de asimilar el pensamiento estratégico y brindar soluciones de alto
ajuste.
El campo gráfico
Dentro
de aquel universo de actuaciones, el diseño gráfico cobra cierto protagonismo
pues no sólo opera sobre sus áreas específicas, tal la marca gráfica, sino
sobre la totalidad de soportes y medios: publicidad, señalización, rotulación,
equipos móviles, publicaciones, etcétera.
Esta
ampliación del campo del diseño gráfico corporativo ha ido engrosando y
complejizando los “manuales de identidad” corporativa. Y el natural dinamismo
de un universo, no sólo rico sino cambiante, ha ido forzando a una gestión
regular del diseño que absorba esos cambios.
El
“manual” ha de garantizar no sólo la coherencia del “corpus gráfico” total de
la organización sino permitir que su “vida gráfica”, necesariamente dinámica,
evolucione sin perder coherencia.
El
universo gráfico, a su vez, no sólo se extiende en piezas sino también se
diversifica en niveles de discurso: prácticamente ninguna empresa habla con un
solo interlocutor y de un único tema. Esto plantea la necesidad de diversificar
los registros del discurso para ajustarlo al tipo de vínculo específico:
comercial, institucional, interno, técnico, cultural y social. O sea, los servicios
del diseño gráfico reciben la presión de una demanda más compleja que exige
unos recursos técnicos y culturales más ricos.
Esto
también produce un impacto en la cultura de la empresa: sus directivos ya no
pueden alegar desconocimiento del diseño gráfico: han de incorporarlo como un
plano de gestión técnicamente idóneo. El diseño en general y el diseño gráfico
en particular dejan de ser un ámbitos exclusivo de los diseñadores para pasar a
ser asumidos por un equipo de actores: directivos y proveedores deben compartir
con el diseñador una cultura común.
La
marca gráfica
Si
bien la totalidad de mensajes, cualquiera fuera su referente o tema, transcribe
el discurso de la identidad, hay uno que posee esa función como específica y
única: la marca gráfica, o sea, el signo que da nombre visual a la
organización. Tal signo, al igual que todos los demás mensajes, no es libre
sino está condicionado – en distinto grado según las organizaciones – por la ya
reivindicada estrategia de branding.
Lograr
responder idóneamente a este condicionamiento exige una minuciosa tarea de
programación, o sea, de definición detallada y correcta de los requisitos a
cumplir por ese signo. Requisitos que son múltiples y varían en cantidad y
escala según cada caso.
Si
bien hay requisitos universales como la calidad gráfica o la pertinencia
tipológica y estilística, un cúmulo de parámetros se han de “dosifica” ad-hoc:
no es idéntica, por ejemplo, la pregnancia requerida a la marca de un centro
cultural que a la de una petrolera; ni es idéntico el grado de singularidad
requerida por la marca de un banco comercial que por la de un banco central.
La
eficacia del diseño reside básicamente en garantizar la máxima calidad gráfica,
escoger el modelo o tipo marcario y el lenguaje gráfico apropiados y detectar
los grados de intensidad de cada parámetro de rendimiento marcario: un proceso
de diseño hiperpautado.
La
experiencia de programación estratégica del diseño de marca gráfica ha hecho
aflorar, aparte de los parámetros universalmente mandatorios ya citados
(calidad gráfica genérica, ajuste tipológico y corrección estilística), otros
doce parámetros más, de grado de incidencia variable: compatibilidad semántica,
suficiencia, versatilidad, vigencia, reproducibilidad, legibilidad,
inteligibilidad, pregnancia, volatilidad, singularidad, declinabilidad y valor
acumulado.
La tipología
Aun limitándonos al terreno corporativo – incluido lo institucional – y dejando de lado las marcas de productos, el universo marcario presenta un amplísimo repertorio de modelos o tipos. Estos se han ido acuñando desde que se presentó la primera necesidad de auto señalarse; o sea, a lo largo de prácticamente la historia entera de la humanidad.
En
el campo gráfico podemos sostener sin temor a errar que la tipología está
cerrada y que la singularidad, que en algunos casos es un requisito primordial,
se satisface mediante modulaciones del tipo o mediante combinatorias de tipos.
En tanto el acierto en la selección del o los tipos alternativos válidos es una
de las condiciones de éxito, el dominio de esos tipos es esencial.
La
tipología general reconoce dos grandes familias: las que centran la
identificación visual en el nombre (logotipo) y las que la centran en un
símbolo; y en cada una de esas grandes familias se detectan tres grupos,
resultando así el siguiente modelo:
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